El espíritu de algunos pájaros se queda en la intención de volar. Saltan de rama caída en rama caída y podrían llegar a talar un árbol completo, si con ello pudieran decir que han volado alto. De hablar, seguro que dirían cosas como:
—¡Eso que hace el gorrión no es volar!
Al envejecer, intentan encontrar un árbol sobre el que permanecer y separarse del suelo. Es una tarea complicada y no porque el árbol no quiera. Le trae sin preocupación ni encanto. La cuestión es dónde agarrarse, una vez que la rama que tuviste a tu alcance yace ahora sobre el suelo. Incluso la rama más verde se secará dentro de un charco, cuando es arrancada de su árbol.
Todas las ramas deberían ser cielo.
Son ésas, las aves que piensan de sí mismas que son nocturnas, cuando, en realidad, no saben distinguir la noche de una jaula oscura.
El espíritu de algunos pájaros se queda en imitar palabras, a destiempo, más llenas de intención que de significado.
Quién no ha encontrado alguna vez un pájaro muerto, en su buzón, dentro de un sobre pulcramente matasellado.
Son cantos de apareamiento fallido, números de un patrón sin propósito. Es mirar al cielo en busca de un pájaro muerto.