La voz es una luz precaria y llena
de deudas de carne con el fuego
y es también un reloj que hace sombra con retraso.
La voz es tres hileras de dientes afilados,
como un relámpago en busca de tormenta,
en espera de significado y humanidad.
La voz es un sello desprendido de la carta
que no ha perdido su valor
a pesar de las leyes del mercado postal.
La voz no se extingue pero duerme
como tronco cortado y olvidado
muy dentro del bosque más contaminado.
A la voz le cuesta dejar la guarida llena
de significados anudados a las ramas
y a los acentos de tacto cerúleo.
La voz se clava a sí misma, penetrándose
como esos exoesqueletos de insectos
en rictus bellos y vacíos de contenido.
La voz es una mano pequeña y rígida
que no se abre, ni sirve para girar la llave
convirtiendo la cárcel en nidada.
La voz debería ser horizonte,
pero no:
es tiempo deformado.
La herida eterna, Álvaro Hernando
Fotografía de Alejandro Arteaga. Fuente: National Geographic |