Amo mi estar quieta
cuando el suelo se rasga y esa tela
delicadamente recia se hace barro
seco y nos traga.
Estar inmóvil cuando me gritas
esculpiéndome un aire irrespirable
con formas cortantes y agudas.
Cuando retumba el suelo bajo tu pie
y mi puerta bajo tu mano,
ahí me quiero, sin oscilar.
Amo mi vibración invisible y que nada se mueva.
Cuando escribes con sangre que soy
yo la que está rota, dejando renglones carmesí,
ideogramas orientales, empapando con nuestra
historia la pared.
Amo mi cuerpo inmóvil, sosegado,
puesto quieto por todos los ecos de la palabra
puta
que tu cincel trata de hoyarme en mármol rosa
y fecundarme dentro con esa semilla inerte.
Ahí amo, por encima de todo, mi estar quieta.
Amo mi no huir, ni tras, ni por ti.
Cuando la adorada rabia
que guardas entre tus uñas,
en los nudillos, me aúlla corre,
quedo muda sobre mis rodillas,
con la luz rasgada por un hilo púrpura
que parte en dos hemisferios perfectos mi pupila.
Al Norte, volarse quieta.
Al Sur, caerse quieta.
Amo mi estar quieta, entonces,
cuando anda quebrado el pavimento,
descosidos los pies de los zapatos,
sin quedar espacio a la sombra
entre suelo negro y pie mudo.
Cuando nací no sabía que mi mano iba a trazar
el aire despistado entre los pasos y las calles,
atrapando ahí lo bello que me abruma
escritura de sonido mudo sobre piel blanca.
Disculpa que ame mi estar quieta,
renunciándote en tu abismo,
en el que nada reposa
salvo una sentencia cobarde.
Empieza el movimiento cuando tú me quieres quieta.
Por lo demás, elijo el impulso entumecido
y el fervor sólido de una roca sin edad.
Pero si tú me dices ¡quieta!
yo surco el tiempo que no cambia.
El mundo quieto es no escribir.
Tu mano abre, quieta.
Tu boca entra, quieta.
Tu olor estalla, quieta.
El mundo quieto es no leer ni los recuerdos.
Todo nos debe una vibración leve
movimiento, aunque sea imperceptible
lleno de color cambiante y sinuoso.
El miedo es algo quieto
que te invita a ser miedo de uno mismo.
estar quieta
tras el grito
por el aire
frente al tiempo
vigilante
no hacer ruido
porque
nada
permanece quieto.
(Poema ganador del Premio Poesía en Abril, del Festival Internacional de Poesía de Chicago 2018. En Chicago Express)