Se nos están muriendo los poetas… pero la poesía sigue viva
Fran Serrato
¡Qué gris, qué desolador, qué muerto un mundo
sin poetas y
sin poesía!
¡Qué deshabitado! ¡Qué inhumano! ¡Qué mudo!
Los versos de José Manuel Lucía Megías, poeta ibicenco afincado en Guadalajara, retumbaron en la sala. La congoja se generalizó entre el público que abarrotaba este viernes la segunda edición de Bordando versos, una de las actividades programadas en la Feria del Libro. A falta de sillas, muchos espectadores tuvieron que conformarse con seguir el recital de pie en los exteriores de la carpa blanca, inmaculada, instalada en el Parque de la Concordia. Lo hacían a través de los laterales de la plataforma, abiertos por la notable expectación. Más de un centenar de personas. Un éxito en un evento poético.
Los asistentes miraban como quién observa llegar el amor desde la ventana. O el camión de los helados. Cuestión de gustos. Juntos, pero no revueltos, como mandan los cánones de la época. La COVID ha cambiado muchas cosas, también a la poesía. Si Adorno dijo que después de Auschwitz escribirla era un acto de barbarie, no hacerlo tras la pandemia sería una osadía. Los sentimientos están a flor de piel. Demasiado tiempo. Demasiado dolor. Demasiados muertos.
Lucía Megías, catedrático de Filología Románica en la Complutense, dedicó su Se nos están muriendo los poetas a los recientemente desaparecidos Guadalupe Grande, Joan Margarit y José Manuel Caballero Bonald. Poetas excelsos que dejan un vacío profundo en un género grande, pero minoritario en cuanto a ventas y seguidores. La tendencia está cambiando. Cada vez se leen y se venden más libros de poesía. Cada vez tiene más público. Cada vez es más necesaria.
Pero se nos están yendo todos,
una a uno.
Y uno a uno se van alejando de nosotros sus versos,
el verdadero murmullo de nuestras conciencias,
sombras en los espejos de la historia.
Continuó, a lo suyo, el poeta nacido en Ibiza en 1967. Hace millones de dolores. Tras ese homenaje a los compañeros caídos, Lucía Megías recitó Son invisibles (“Somos invisibles / y estamos en todas partes) y una oda al pescador que “mañana volverá a ser estatua en el horizonte / como ayer, como siempre, como nunca”. A esa hora caían los últimos rayos de una tarde fresca, primaveral, y el recital daba sus últimos coletazos. Abrió el acto Carmen Niño, tan apasionada en su presentación como el rojo intenso de su chaqueta. La cultura se escribe con mayúsculas gracias a gente como ella y como Marta Marco Alario, organizadoras altruistas. Como Arquímedes, solo necesitan una palanca para mover el mundo.
Los rezagados, los despistados y quiénes no conocían lo que estaban a punto de perderse llegaron al recital ensimismados por la música del azudense Guillermo Chicharro (guitarra) y Esdras Boyajian, saxofonista argentino de abuelos armenios. Abrieron la velada con una exquisita interpretación de Tears in heaven, la canción que Eric Clapton escribió tras la fatal muerte de su hijo. “Queremos conjugar la música con la poesía. Y también queremos darle continuidad a este recital”, aseveró Niño ante la atenta mirada de Riansares Serrano, la concejal de Cultura, que brinda su apoyo a este maratón poético. La primera en salir al ruedo fue Marisa Peña, que recitó tres poemas, tres, incluidos en su poemario La tristeza del farero. Dio la alternativa a Francisco García Marquina, un biólogo madrileño afincado en Guadalajara desde los años setenta que compartió tres poemas de amor sin desprenderse de su sombrero, su “prenda fetiche”.
“Somos desierto; pertenecemos al desierto”, continuó Cristina Penalva, poeta de Alcalá de Henares que cantó a sus raíces y sucumbió ante el éxtasis de las pequeñas cosas. Agradeció el apoyo institucional del recital y la labor que desempeñan sus organizadoras. Vicente Orallo brindó dos poemas a los colectivos más afectados por la pandemia. Especialmente emotivo fue el dedicado a los mayores. En el ecuador del acto volvió la música de Chicharro y Boyajian, que hicieron las delicias del personal encaramados en un pequeño escenario de color negro engalanado con unas cestas de geranios de colores alegres, rosas y rojos. Tras la reanudación le tocó presentar a Marta Marco Alario, que comparó al siguiente invitado, Álvaro Hernando, con la pintora surrealista Maruja Mallo, más conocida en EEUU que en su propia tierra. Hernando es un poeta de culto en Norteamérica, donde trabajó un lustro como profesor.
Nos devoramos.
Cuando era un pez me sentaba en las rodillas de mi madre.
Ella que era gato jugaba con sus uñas afiladas a destriparme.
Hernando compartió este Cadena atrófica y otros poemas inéditos con el público. El libro que los incluye, Mar de Varna, verá la luz en los próximos meses. En él se puede vislumbrar la evolución del poeta madrileño, que presenta textos más sólidos, emotivos y arriesgados que en sus tres poemarios anteriores. Sandra Cebrián, que jugaba en casa, recitó un poema de Los estados del agua, un poemario “escrito y publicado en invierno”. La última autora en irrumpir en esta fiesta de la palabra fue Mamen Solanas, guadalajareña, que con su poema Beso quiso dar uno de forma metafórica a la organización, al Ayuntamiento y a los presentes. Antes de marcharse recitó “nueva munición”, como definió a los últimos textos que ha escrito. Poemas breves y sentidos que también hicieron reír a los asistentes en una plácida tarde “de parque y de libros”. El recital acabó, tras una hora de duración, con un emocionante poema interpretado a dos voces por las presentadoras, que contaron con la inestimable ayuda de los músicos.
Los cuatro comenzarán en unos meses una gira que les llevará por diferentes puntos de España con su espectáculo Quattuor, una serie de poemas musicados. La foto de familia inmortalizó una jornada histórica. García Marquina se retrató con sombrero. Solo se lo quitó para saludar a Pablo García, el autor del sensacional cartel de este Bordando versos que ha llegado para permanecer.
Porque Guadalajara es una tierra prolífica de poetas, como nos descubrió Francisco Javier González, un profesor jubilado que acaba de publicar Cuadro para una despedida. Esta vez ha acudido de espectador acompañado de su hija Elena. La próxima quizás le toque estar al otro lado del atril, compartiendo sus textos. Es la magia de los versos. El resto queda en los bares, donde acudimos a celebrar la vida. Y que la poesía goza de buena salud. Está más viva que nunca. Aunque se nos sigan muriendo los poetas.