Una magdalena, con la falda puesta,
ha declarado que, desde hoy, sustituye al Sol,
haciendo de fuente inagotable de calor
y de azúcares envueltos en un plegado de promesa.
Fue apoyada en sus palabras por la leche tibia,
que acudió al evento vestida con un vaso antiguo de Nocilla.
Resolvió su discurso rompiendo la cáscara hueca de un huevo
y cuatro versos póstumos de Machado.
Las servilletas aplaudieron, unas y otras,
en casos con el paño recién planchado,
en casos, encostradas en mermelada seca;
unas y otras, siempre, al servicio de la boca
y la palabra entre mordidas.
Las servilletas de paño, claro.
No así las de papel, que acudieron, arrugadas
y maltrechas, para reclamar para sí mismas
el regreso a la pulpa del árbol.
No hubo pulpo en esta ocasión.
La demanda en cuestión acudió a solas.
El caos ha reinado entre dos estornudos y un salmo,
pero, luego, para su vergüenza,
se ha convertido en un fractal y ha abdicado.
Y, mientras, un cielo claro como la risa se despereza.
Los rojos y morados trisan las nubes,
cantándole tuits al Sol, sordos
a todo comunicado de prensa.
(Álvaro Hernando)
Fotografia cedida por Federico Delgado Scholl |