“Yo es otro”
Ya no recuerdo si aún soy el fruto
del árbol seco de la memoria.
Como Rimbaud, he experimentado
la búsqueda y todos sus desastres,
y los vicios,
que en nada se parecían a la sed.
Hubo cuervos marcando el camino
como si guiaran los deseos,
o los comprendieran, o imitaran,
inventándose palabras que sonaban a insulto
o a paráfrasis, o a reflejo.
Entre los caminos del lenguaje
los arzones me decían el mundo
y caía el vómito hecho agua.
Ahí es donde yo reposo.
Hallar palabras que te hablen de ti
es cazar por la cola un rayo
y atarlo a un cielo negro.
Me he enroscado en una cáscara
huérfana de luz, madre de fruto
muerto.
Pienso que soy aquella manzana,
con piel atravesada de dientes,
significante que me contiene,
con toda mi simiente seca,
y mis hongos y mis gusanos.
Soy un universo opaco
secándose al sol del invierno.
Desde que he cambiado de gafas
vivo en una pecera,
todo es devenir de reflejos
y de costras y huecos.
Yo es otro.
Te acuestas hierro
y despiertas ancla;
te sabes luz
y te mueves sombra.
Sé que fui madera
y ahora, o pronto, ataúd desnudo.
Un Sol arrugado sobre los sonidos del agua clama por líneas rectas y por inercias constantes.
Pacto de muerte y tiempos en el lugar que no acepta alas de pájaro, ni cera, ni plumas.
Los piñones son el cielo para la Tierra, mar marrón y gris.
Dentro, la semilla.
Fuera, se nos mellan los dientes, leyendo poemas que no entendemos.
Los ojos miran vacíos. Piensan que están vivos.
(Álvaro Hernando, en La herida eterna)