Por Jesús Cárdenas. Hay poemas que expresan ciudades y ciudades que refieren los trazos del verso. Al contrario que la imagen aduladora de las ciudades modernistas, la mirada contemplativa de una metrópolis contemporánea origina no sólo su crítica, por su falta de humanización y tiempo para disfrutar sino que también es el cauce de su desgarro existencial. A través del absurdo de una sociedad, se afirma la fragilidad del ser. Álvaro Hernando plantea en su tercer poemario,
Chicago express, la contemplación como forma de romperse por dentro desde tres perspectivas: el desdoblamiento del ser, la dialéctica de contrastar presente y pasado y la reflexión de una escritura auténtica. La distancia, el amor y la escritura tensarán al sujeto que busca hallar lo esencial. Pero el olvido, el miedo y la urgencia son contrapesos en un cable muy fino para que el ser camine sobre él. Al cabo, la entrega no es (ni será) ociosa.
Tu obra, a tenor de la última publicación, Chicago express, un libro bilingüe, va tomando un cariz internacional (Chicago, NY, San Francisco) , sin embargo hay elementos que, en nombre del amor (en poemas como “El amor en el metro de Chicago”, “Conquistarla”) y de la propia poesía, arraigan en lo local, ¿es esto así?, ¿podrías hablarnos de cómo fue el proceso hasta tomar forma de libro?
El comenzar de este libro no lo recuerdo demasiado bien. Sí recuerdo que un día, en Nueva York, hace unos años, yendo al encuentro de otro poeta, me di cuenta de que tenía muchas imágenes comunes a espacios diferentes. El poema que citas, el del metro, por ejemplo, es un conjunto de escenas escritas en el metro de Nueva York, usando los nombres de las estaciones por las que transité anteriormente por Chicago. Lo curioso es que no hay nada escrito en ese poema que no haya visto antes en Madrid o en San Francisco. Quizá nos movemos uniendo puntos comunes en nuestra memoria, un espacio fuera de tiempos, en cuyos trazos nos sentimos seguros y sabemos quiénes somos. En fin, tanto trazo acabó por convertirse en parte de la memoria que no quiero que se borre. Una amiga, reconocida escritora por escribir sus relatos en el metro de Nueva York, me sugirió sin querer el título del libro. Me di cuenta de que la vida va mucho más rápido que cualquier metáfora y fui consciente de los olvidos que se suceden y sanan. No quiero olvidar, ni sanar. Me siento cómodo con la herida abierta que recuerda que esto no durará demasiado.
La «localidad» de lo que uno escribe es la realidad universal misma; es el universal que puedes encontrar en cualquier persona, aunque no esté compuesto de experiencias que a todos nos tengan que pasar. Las reconocemos en otros como propias. Reconocemos el hecho y el valor en estos actos locales, allá donde estemos. ¿Quién no reconoce el amor, el enamorarse, el sufrir o el anhelar? Este libro es un diario de los momentos comunes que me visten allá donde vaya. Me sorprende que el ser humano sea tan previsible. Como hormigas. Quedó acabado hace un año. Por una confusión con mi editor (o gracias a ella), Miguel López-Lemus, se añadieron cuarenta poemas en una de las últimas revisiones.
En los magníficos tres versos que cierran uno de los poemas más destacados del libro, de título homónimo, se manifiesta la aceleración con que sucede la vida en la urbe americana: “Todo es tan súbito en Chicago / que se hace recuerdo inacabado; / es la vida express”. De un modo similar concluye el poema “Conquistarla”: sin titubeos, acelerado / siempre presente, inesperado, / en caída libre hacia su abismo”. ¿Hasta qué punto trata este poemario sobre el tiempo?
No sólo en la urbe. Es raro encontrar un lugar en este mundo en el que uno no rija su vida por un reloj que se afina a miles de kilómetros de distancia. Puedes estar en un prado, cerca de Astorga, cuidando de tus ovejas, pero exactamente a las 17:14 te recoges porque quieres ver el partido de béisbol que enfrenta a un equipo de Chicago y a otro de Los Ángeles que televisa la ESPN desde Miami. El apremio es algo tan ridículo y tan voraz que convierte los momentos calmos y la conciencia de estar construyendo esos momentos en un auténtico tesoro. No me lo invento yo, ya lo hemos estudiado en los libros de filosofía: aprender a distinguir dentro de nuestras vida entre Kronos, aión y kairós.
Si me preguntas qué hice durante tantos años en EEUU, vendrá a mi cabeza lo que ya no puede volver, la nostalgia, el Kronos que devora a sus hijos para seguir reinando. Respiraré y pensaré en todo lo que me hizo feliz, en el cómo y el dónde, y tendré que aceptar que me hizo feliz y me construyó lo mismo que te hace feliz a ti. Lo mismo que construye a cualquier ser humano: lo eterno e inamovible. Este tiempo es el aión, el que une tiempos entre tiempos. Pero si hay algo que me da identidad individual es el cómo he vivido ese tiempo, este tiempo hecho belleza y momento único, el kairós. Esa belleza que reconoces como única, dentro de un Kronos devorador y de la mano de ese joven-anciano que es el aión. En este poemario tiene que quedar ese kairós. La vida y la muerte quedan esclavas del Kronos, pero no así la humanidad. El Kronos va de la mano del olvido. El aión va de la mano de la vida. El kairós es lo que hace que el olvido sea lo que pasa entre belleza. Esos versos de los que hablabas son los puntos sobre los que comienzan los dibujos de cada poema. Al final. Tras reflexionar. El tiempo que queda después del tiempo.
Leyendo el poema “Calles perdidas” el lector tiene la sensación de que la labor del poeta es costosa por hallar la palabra que se acerque a transmitir lo que se dejó atrás, siguiendo la analogía de la poesía, ¿se siente uno extranjero por no hallar el verso preciso?, y, por otro lado, ¿te sentiste lejos de tu hogar?
Me siento viajero, más que extranjero. Este poema tiene mucho que ver con los planteamientos de Wittgenstein para describir el lenguaje y, por consecuencia, la realidad. Las reglas del juego, en cualquier deporte, van más allá de las normas del juego. En poesía pasa igual. Hay mucho más recorrido que el que muestran los caminos trazados. Las calles perdidas conducen a lugares que pertenecen también a las ciudades en las que vivimos. Si la ciudad es la poesía, por decirlo así, pisar una calle desierta no tiene por qué convertirte en extranjero. Me siento, como mucho, turista. Experimento. Si las calles nuevas me gustan, paseo por las mismas. Dejo de ser ese turista para habitarme en ellas.
Vivir he vivido siempre en mi hogar. Otra cosa es que mi hogar haya carecido, como el mismo árbol de la memoria, de raíces.
En el poema “Atrapar versos”, el poeta busca el silencio que conduzca hasta la palabra, aquella que sirva de vínculo entre distintos tiempos. Allí puede leerse: “Hay una palabra puente, / entre mi memoria y tu olvido”. Parece como si el poeta sentase toda su esperanza, entre tanta oscuridad, en la expresión.
Puede que sí, que sea en la expresión. Yo prefiero pensar que es algo más sutil, el kairós del que hablaba antes. El momento de belleza. Palabras-luz. Tu pregunta me hace reflexionar. Tengo que darle un tiempo mucho más largo para ver dónde pongo mi esperanza. Gran pensamiento este tuyo. La expresión es, en muchos casos, una estructura iluminada. Puede ser una estructura muy endeble, muy inadecuada, perfecta… Lo que sí es cierto es que sin expresión aparece esa estructura ausente que lo opaca todo y que tanto se parece al olvido.
En el aspecto formal, resulta llamativo el empleo del verso de largo alcance, incluso necesario, lo mismo que los poemas que trataron de Nueva York, me pregunto si ese empleo viene motivado por la tendencia a la narratividad…
Sí. Así es. Hay un componente narrativo enorme en el libro. Sin llegar a ser un diario (no tengo la virtud de escribir diarios), es memoria.
Este libro se basa en las experiencias vividas en Norteamérica pero encuentro también una base de desgarro existencial importante, ¿hasta qué punto chocaron ambos cosmos?
Más que chocar, y esto es una intuición, creo que se encontraron allí. Y casi siempre en momentos de tránsito: tren, coche, suburbano, paseando…, acciones que implicaban un cambio de percepción. El cambio de percepción nos vuelve existencia impuesta. Experiencia y existencia son narraciones del Kronos. La esencia, ese kairós que me obsesiona, es lo que crece en las grietas de ese desgarro existencial necesario.
Chicago express respira un aire de modernidad, entre Lorca y Bukowski; entre José Hierro y Jack Kerouac. Con respecto a tus dos libros de poemas anteriores, se trata de un poemario novedoso en tanto a que está compuesto con un estilo accesible, en distintos cauces, verso libre o prosa, en español y en inglés. ¿Te parece una dicotomía superada la decisión de emplear uno de los cauces?
Esta pregunta me supera. Sí sé que lo publicado en mi primer poemario, Mantras para bailar, escrito en su mayoría antes de los 20 años, se basaba en el ritmo al que yo trataba de vivir, a pesar de la corriente. El segundo publicado, Ex-Clavo, habla más del sentido de la vida, del destino tanto como del recorrido, sin entrar en ansiedades vitales. Este Chicago express fue terminado en su mayor parte mucho antes que Ex-Clavo, y durante su elaboración yo era consciente de que los poemas que surgían iban a formar parte de este “banco de momentos”, al margen de la manera de crear el poema y de los elementos visibles en las estructuras. Digamos que esa no ha sido una condición que me haya impuesto, o una reflexión dada sobre la construcción del libro. Por otro lado, en general, me da la impresión de que es compatible el ser directo y llegar como un golpe, a la vez que se hace como levitando. Sé que hay quien se define por la accesibilidad. No es mi caso. No creo que los poemas tengan una sola lectura. Las referencias y los recursos técnicos, en mi opinión, deben quedar discretamente encastrados, para ser disfrutados por aquellos que le han dedicado el tiempo previo al cultivo de la observación.
¿Piensa Álvaro lo mismo sobre lo escrito una vez que el poema ha echado a volar? ¿Entiende la poesía como una forma de enfrentarse a las eternas preguntas? ¿O formula preguntas-respuestas sobre nuestro día a día? ¿Es la poesía una vocación, una forma de vida, un capricho, un don tal vez?
No suelo leer lo ya publicado. Hay tanto por leer que no puedo evitar leer lo que otras personas han creado, antes que lo mío. Me sorprendo muchas veces en las lecturas, al no reconocer los versos y disfrutarlos. Puede sonar soberbio, pero no va en el sentido de admirar mi propio ombligo. Va en el sentido de que muchas veces he olvidado lo que he escrito, pero lo que quise decir o lo que sentí sigue ahí.
Me sorprende, además, la cantidad de gente que me escribe para decirme que se siente identificado en su alegría o en su tristeza en tales o cuales palabras. Normalmente no tiene nada que ver lo que los lectores leen con lo que yo veía cuando escribí.
Eso sí, siempre he tenido claro que la poesía tiene un componente abierto e inacabado necesario, que ya se encarga de completar el lector. A veces, sí, la poesía es la pregunta. Si la poesía fuera la respuesta, más allá de la narrativa épica, la cosa sería preocupante. Me gusta la poesía que ayuda a ser diferente cuando se lee, no la que te dice cómo eres cuando lees.
En mi caso la escritura, más que la poesía, forma parte de la vida. Me he sentido siempre más cómodo escribiendo narrativa o teatro. Pero me publican poesía. ¡Qué le voy a hacer!
La vida nos pasa por encima. No la poesía: la vida.
Hay poetas metódicos, disciplinados y otros impulsivos, ¿dónde encajaría Álvaro Hernando? Tu dedicación es ambivalente porque atañe varias facetas, pero ¿cómo llevas la posible dicotomía maestro y escritor; entre crítico y poeta?
Soy muy impulsivo. Escribo más de lo que puedo revisar. No puedo evitarlo. Hasta el punto de que tengo unos tres o cuatrocientos textos grabados como mensajes de voz, por imposibilidad de ser transcritos en el momento de su creación. No encuentro tiempo para hacerlos negro sobre blanco.
Con respecto a la docencia, te cuento que lo vivo como un regalo y una responsabilidad. Durante los quince años anteriores a mi etapa en Estados Unidos, la creación artística me fue muy complicada. Escribía para mis alumnos: pequeños cuentos o textos en los que ellos se pudieran ver identificados. El objetivo era que aprendieran a leer o que engancharan, ya adultos, en el hábito de lectura. Esto me hizo tener que tomar la decisión de postergar una creación más artística. También me dediqué todos esos años, como ahora, a la escritura técnica, en universidad o en centros de formación al profesorado. Este tipo de escritos es muy convencional y la parte creativa no es la que se acerca a la idea que tengo de arte, pero me hizo feliz y ayudó a mucha gente.
La parte de reseñista o crítico la llevo peor. Ya me ha costado la relación con algún amigo cuyo ego no se veía reflejado en mis opiniones. Y eso que no hago jamás malas críticas. Los libros que no me gustan no son reseñados. Lo hago con respeto, porque el valor de una obra no está en mi visión sesgada y puede que yo me equivoque. Hay tantos libros bellos y conmovedores por reseñar y difundir que no le dedico tiempo a los que no me dicen nada. Creo que la difusión es lo que define mi trabajo en este ámbito, no el carácter de juez. Además, cuantos más críticos respetables conozco, más humilde me doy cuenta de que debería de ser. Hay grandísimos lectores y escritores haciendo crítica literaria. Yo, con afán, aprendo. He leído más de sesenta poemarios en lo que vamos de año. No me da tiempo a contar todo lo que opino y, lo más importante, no es lo suficientemente importante como para ser leído. Me da pena la gente que lee una crítica y no lee el libro y, verdaderamente, se piensa que ha leído el libro. En fin, hay gente para todo.
Enlazas a través de tu blog los poemas y cuentos que escribes, ¿podrías contarnos más sobre este y otros proyectos?
En el blog tengo una pequeñísima muestra de lo que escribo. Si está en el blog tiene algunas condiciones: no se edita, no se corrige, no se toca y, además, hay un tiempo muy limitado para la creación. Me gusta mucho usar el blog para almacenar lo que escribo, además de en el ordenador, porque así tengo la sensación de que, salvo concatenación de cataclismos, no perderé el trabajo. Con 22 años me enfadé con la persona a la que más he querido en el mundo (aparte de mi hijo Teo) y, como era gilipollas, quemé nueve manuscritos. Eran otros tiempos en los que uno escribía a mano o a máquina. Muchos de los textos que escribo son recuerdos de aquellos textos, modificados por la vida o la mala memoria.
Tengo varios manuscritos inéditos, de poesía: Geografía del alma, La herida eterna, La mirada de Rilke y otros. Pero no tengo ni idea de cómo conseguir que alguien los lea para su valoración y posterior publicación. Otra cosa que odio es que desde hace algún tiempo, para publicar, pocos editores apuestan su dinero por el trabajo de las escritoras o escritores. Ese modelo de coedición no es más que una sofisticada autoedición encubierta que, en mi opinión, acabará con las editoriales que practiquen esta fórmula y no estén dotadas de un prestigio a prueba de sentido común. En fin, que me descentro. Me están traduciendo Ex-Clavo al inglés, y sigo esperando que se defina el trabajo de la editorial portuguesa de este poemario, traducido por Sandra Santos.
Tengo dos textos narrativos a punto (no sé si llamarlos novelas) y un proyecto que está aparcado hasta definir condiciones. Se trata de una obra de teatro (mundo en el que espero sumergirme más y en cuyo medio espero no fenecer).
El trabajo como asesor me deja más tiempo para la creación artística, la verdad. Lo estoy aprovechando.
Quiero gestionar algún espacio dedicado a la expresión literaria, en Madrid. También busco organizar un festival literario en la zona, con visión inclusiva, seria y realista. Todo lo que sea promocionar culturalmente el trabajo de los talentos me atrae bastante.
Por último, ¿podrías indicarnos tu agenda de actos y uno de esos poemas que recitarás próximamente?
Pues sobre la agenda, con la presentación en España de Chicago Express, decir que me están saliendo algunas citas interesantes. Por ejemplo, esta semana pasada tuve la suerte de realizar una lectura con Raquel Vázquez en Madrid, en el espacio emblemático de Nakama. También tengo en el calendario, marcado en rojo, el 17 de enero, día en que presentaré el poemario oficialmente en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. Tras haber presentado el libro en el Instituto Cervantes de Chicago, poder hacerlo en el CAC de Málaga me permitirá, por fin, conocer a algunas personas a las que admiro profundamente y que hacen de la zona uno de los lugares que más me interesa visitar. Hay mucha calidad en Málaga y alrededores. Para la semana siguiente, el fin de semana del 25 de enero, creo, tendremos presentación conjunta Rosario Troncoso y yo, en algún lugar emblemático de Valencia. Esto está por confirmar, ya que la agenda de esta enorme poeta manda. Ojalá.
Después, llegan compromisos laborales muy importantes que me absorberán e impedirán dedicarle todo lo deseado a esto de la literatura hasta marzo, más o menos, pero, oye, hay que comer.
Muchísimas gracias a Jesús Cárdenas por esta entrevista y por su lectura de Chicago express; gracias también a la revista «Culturamas», por dedicarle este espacio, ya referencia obligada, a la promoción de la cultura.
Dejo aquí el poema titulado “La Siesta” para los lectores de “Culturamas”:
La siesta
Levanto los párpados del perro dormido y veo en sus sueños que también celebra el Año Nuevo, comiéndose una gallina muerta, que ha encontrado, sin cabeza.
Hay tanta placidez en sus sueños desenfadados, que uno cree en la Navidad.
El perrito habla dormido.
Dice oraciones para niños y le renta la tranquilidad en suspiros que multiplican el tiempo de la vida y de la muerte, regalándole un paréntesis en el que el clima es benigno y las pústulas no escuecen.
El leve perfume de la paz, sin picores, sin hambre, para un alma no atormentada, sin idioma que limite el éxodo para todo lo malo, que parece huido del instante de la siesta.
Me pregunto si el perro levanta mis párpados cuando yo duermo,
y encuentra nuestros cuerpos impúdicos, desenfadados, embistiéndose sin aliento.
Los ojos de Rilke, inédito.