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Tengo mil palabras que contarte, pues he vivido mil vidas como eternos pasos al cadalso. Ellas
agrias y ellos dulces, vidas arrojadas a tus pies y capaces de elevarte.
He muerto tantas veces que no quedó más de mí que un pequeño recuerdo. Mi mente trató siempre de recordarme en recordarte. Y no me encontré en tus recuerdos salvo en la muerte, porque viniste a llorarme.
Respiro del todo tu arte.
Alegrías, de esas que tú imaginas en cada letra y yo trato de contener en un pincel. Y tristezas, de esas que son mil vidas muertas, de colores, con mil ausencias o más todas distintas.
Mil colores, todo arte, todo vida, todo muerte. Tantos cuadros, tantas miradas vividas ajenas a ser vistas.
Tengo mil palabras que contarte, a escondidas, desde lejos, con angustia o con recelo. Tengo mil palabras dentro, tantas o más veces he muerto.
Muere la voz, ahogada en grito mudo. Sin un grito. Así me marcho. Sin regalarte las mil palabras que ambos pudimos haber escrito.
Mi pequeño recuerdo, al recordarte, muere de nostalgia y se olvida de volver a mí. He muerto tantas veces. Tantas veces naceré con el pincel en la mano, y de nuevo pintaré en colores las ausencias y las alegres muertes. Me faltan los interrogantes.
Ya cerca estoy de la negra, la única, la inevitable.
Tengo mil palabras que contarte, pues he vivido mil vidas, hijo mío. Ya no puedo recordarte.
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